"Más allá de los Negocios, Elogio a la Persistencia" Nota realizada al Presidente de Molinos San José - Carlos Dellizzotti.

(Nota realizada por el Periodista Julian Stopello para la publicación de la revista Digital de la Unión Industrial de Entre Ríos) 

Desde un almacén de ramos generales a una planta de acopio; desde un molino harinero a la producción de miles de toneladas de fideos. Carlos Dellizzotti, junto a su esposa Noemí, han construido con esfuerzo y paciencia la realidad de una firma de referencia en la región: Molinos San José. Una historia que en sus comienzos revela a su protagonista sobre un carro de reparto, tirado por tres caballos, en compañía del padre, realizando repartos alrededor de Sauce Pinto.

Carlos Dellizzotti tenía, dice, muchas horas en la ruta para pensar. Mientras transportaba cereales hacia la otra costa de la provincia, Dellizzotti imaginaba los caminos posibles, con una meta clara de superación. Utiliza esa palabra: superación. Ya entonces, cuando imaginaba la proyección de la empresa familiar, sabía de qué se trataba aquello.

 Su origen se encuentra en Sauce Pinto y su niñez se narra alrededor de un viejo almacén de ramos generales atendido por su abuelo, con la colaboración de su padre y sus tíos. Dellizzotti tiene algunas imágenes diáfanas de aquellos días: se ve junto a su padre, en un carro tirado por tres caballos, juntando pedidos en la colonia.

 “Mi padre compraba huevos y vendía verduras. Y en esa operatoria levantaba los pedidos de comestibles, al otro día llevaba el pedido de mercadería y la gente con el huevo de campo pagaba los insumos para su subsistencia. Y cuando iba a entregar la mercadería llevaba, además, un especie de botiquín con aguja, hilo, geniol, caramelos, esas cosas, y con la  venta de huevos a la gente le quedaba alguna moneda y compraban esos  lujos, como podía ser un chocolatin”, narra ahora Dellizzotti.

 Su madre había fallecido cuando Carlos Dellizzotti tenía apenas tres años, criado por tías, abuela y por la figura del padre, pasó la infancia apurado por colaborar con las tareas de los adultos y comenzó a manejar el camión que transportaba cereales a la edad que los gurises empiezan la secundaria.

 “La escuela secundaria la hice arriba del camión prácticamente, estudiaba en Crespo, viajaba en el camión, hacia cola en Sagemüller para descargar, me iba al colegio y cuando regresaba ya tenía el camión cargado, entonces me venía, descargaba, volví a cargar y me iba a hacer cola de nuevo a Sagemüller”, recuerda.

El físico de un adolescente de 14 o 15 años fue entonces tomando la tonicidad y la fuerza de un joven de otra edad.

 “Había una necesidad imperiosa de superación. Mis compañeros tenían otro pasar, otras actividades también, pero yo a los 15 ya era un hombre hecho y derecho, en aquel momento que andaba en el camión no existía la tecnología que existe hoy, había que agarrar las bolsas de 60 o 70 kilos y esas las agarraba yo y las acomodaba hasta la altura de baranda. Era un lauchín pero el laburo te va haciendo”.

 Los fines de semana eran largos en el almacén Dellizzotti, los parroquianos pasaban la noche entera y ya se encontraban con los tamberos que llegaban a la mañana temprano para transportar la producción hasta Cotapa. La familia se turnaba, pero el negocio permanecía abierto de corrido sábado y domingo.

 A principio de los 70, comenzó el acopio de cereales, también como emprendimiento familiar, y Dellizzotti pasó años en el trajín de los caminos, transportando la producción de la zona. En unas 50 hectáreas, que más adelante se fueron extendiendo con el éxodo de la gente de campo a la ciudad y la compra de algunos de aquellos campos, su familia también se dedicó a la producción,

 Mientras planeaba el futuro y empezaba a pergeñar de qué modo acceder a un molino harinero que le diera una nueva dimensión a los proyectos, Dellizzotti comenzó a estudiar ciencias económicas, pero no tuvo otra opción que dejar la carrera para cumplir con el servicio militar y por partida doble. Primero hizo la conscripción, le dieron la baja y volvió a casa. Pero posteriormente lo citaron otra vez en medio de la crisis con Chile por el Canal de Begle. Todavía recuerda la espera ansiosa en los cuarteles y hasta la llegada de un Boing que los llevaría a la zona de conflicto.

 EN EQUIPO.

 La historia con Noemí, su esposa y compañera en la empresa, se firmó en los papeles en 1985, pero tenía atrás un largo periplo.

 “Nos conocimos cuando Carlos tenía 16 años y yo 14, nos conocimos en un velorio –recuerda Noemí y se ríe- después claro nos empezamos a ver en los bailes y los dos fuimos estudiar ciencias económicas, pero después del servicio militar él concluyó que con un contador alcanzaba, en este caso con una contadora, así que él se dedicó a seguir en la empresa y yo me recibí”, narra Noemí Dellizzotti.

 El negocio del acopio prosperaba, pero no era suficiente para planificar la inserción laboral de todos los integrantes de la familia. Otra vez, aparecía la palabra superación. La necesaria superación.

 “Carlos tiene siempre una vena de proyecto permanente, se propuso ampliar el horizonte con la cadena de valor que estaban desarrollando y se inclinó por el molino harinero”, explica Noemí.

 Dellizzotti quería conseguir un molino harinero y no cualquiera. Quería un molino suizo de punta, un Buhler y esa pretensión dificultaba la empresa. Un asesor de la marca en Buenos Aires conoció entonces la persistencia de Dellizzotti. Durante once meses seguidos fue a verlo, a esperarlo, a consultarle por alguna oportunidad en el mundo de conseguir un Buhler.

 “Andreas Schmidt, así se llamaba él, finalmente pensó que alguien tan persistente merecía ayuda”, comenta Noemí. Finalmente la ocasión  apareció: se vendía la maquinaria de un molino Buhler en una zona de Austria. Dellizzotti viajó en el 92 y realizó una sociedad con el vendedor.

 En 1994 el molino ya estaba produciendo luego de afrontar una inversión de gran magnitud. Diez años después, celebrando aquel comienzo, en 2004 la empresa comenzó a producir la primera línea de pastas secas.

 Asomaba, una vez más, la idea de superación. Como aparece en estos días mientras planean el lanzamiento de un nuevo producto y se comienza a fraccionar harina para la venta al público en envases de 1 kilo y 2 kilos y medio.

 “La idea siempre estaba, como negocio el molino por sí solo no se podía sostener, teníamos que darle un valor agregado. Así empezamos…”, dice Dellizzotti y recuerda las múltiples dificultades que debieron sortear y que sortearon, para volver a planificar hacia el futuro, con la idea constante de encontrarle otra vuelta, otra oportunidad, otro matiz al destino que se va forjando bajo el signo del esfuerzo y la persistencia.